domingo, 15 de mayo de 2011

(*) ÉL


Vuelve a pensar en la primera vez que le viste. Sólo quiero que recuerdes el momento exacto en que pasó a formar parte de tu vida. Igual lo hizo únicamente durante segundos, los que tardas en olvidarte de un cruce de miradas fortuito. A lo mejor, puede que tardases algo más en olvidarle. Puede que incluso no le hayas olvidado nunca.

Vuelve a pensar en la primera vez que le oíste hablar. Sólo quiero que recuerdes el momento exacto en que te diste cuenta de que aquello no era un sueño, que estaba hablando, y que por alguna extraña razón se dirigía a ti. Intenta recordar qué fue lo primero que te dijo, como fueron sus primeras palabras, qué hizo para que el recuerdo de su voz y de esas palabras, vacías de un significado concreto, sencillas y sin medir, se grabaran en tu memoria.

Vuelve a pensar en la primera vez que compartiste algo con él Sólo quiero que recuerdes el momento exacto en que ambos se convirtieron en relatores de un momento compartido, cada uno captando detalles distintos de una misma historia. Trata de regresar al instante en que algo que hizo te provocó la risa, al instante en que la intimidad se hizo palpable.

 



Vuelve a pensar en la primera vez que la hiciste partícipe de un trozo de tu vida. Sólo quiero que recuerdes el momento exacto en el que compartió contigo una historia que pocos han llegado a escuchar de tus labios. Busca en tu memoria el instante en el que la confianza les regaló a ambos un momento distendido, sobre la base de un cuento en una libreta que ya no tiene sentido dejar de contar.
Y, ahora que juegas con tus recuerdos a tu antojo, ahora que los conviertes en un lienzo pintado al que sólo le falta la firma, pregúntate por qué él. Por qué su mirada, su voz, su risa y su todo. Por qué ahora y no hace tres segundos o dentro de muchos años. Por qué precisamente él.

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