sábado, 26 de junio de 2010

(*) Y entonces lo comprendió

Aturdida, tardó en reaccionar. El beso no le resultó desagradable, pero no llegó a conmoverla. Si hubiese percibido un temblor en las rodillas, una rápida agitación en el estómago o apenas una vibrante sensación, probablemente habría permitido que continuara besándola, agradecida ante el descubrimiento de que no era ÉL el único que podía perturbarla.


***


-Estás exagerando-afirmó, cada vez más irritada-. Sólo me besó y, por eso, recibió lo que merecía. EL se volvió y comenzó a caminar hacia ella -¡Me alegra que lo haya hecho!

-¿Acaso le provocaste? -preguntó ÉL con voz baja.

-No.

-Pero el beso te agradó.

-¿Crees que le hubiera detenido si me hubiese agradado? -inquirió ella con irritación-. Sólo dije que me había alegrado de que eso sucediera. Ese beso me demostró algo.

-¿Qué?

Ella bajó los ojos y susurró con una voz apenas audible.

-No me conmovió.

Ese breve comentario le reveló mucho más que un millar de palabras. El muchacho comprendió. Sólo ÉL era capaz de conmoverla. No el otro. Ni, tal vez, ningún otro hombre. Y que ella hubiese llegado a admitirlo... Se acercó lentamente a la muchacha, le tomó el rostro entre las manos y la besó con dulzura. Ella sintió un temblor en las rodillas, una agitación en la boca del estómago; todo su cuerpo vibró…




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